CUANDO yo empecé no había nada... no había ni programas.» Programador de la Generación ZX81, pertinaz sindicalista informático —programadores del mundo ¡unios!—. Manolo Orcera es uno de esos programadores independientes que empezaron a jugar con un K de memoria RAM y tres páginas de fotocopias. Ahora, instalado en EMICSA, compañía dedicada a la informática profesional que fundó con Bernabé Sotés, echa un vistazo a su primera etapa como creador de juegos y mueve la cabeza con cierto escepticismo; no todo fue de color rosa. «Combate» es su primer programa, un juego que él define como un «ajedrez marcianero en tres dimensiones» y que no llegó a salir a la luz en España, aunque curiosamente existe uno de las mismas características en el mercado importado de Norteamérica, «misterios de la vida —dice Manolo—. porque ese juego se fue a Estados Unidos para que lo viera una compañía yanqui y ahora ha venido uno exactamente igual, pero con el escenario un poco más ampliado». Después de «Combate», y siempre en calidad de programador autónomo, Manolo realiza algunos trabajos que vende a Compulógical, Microbyte y DroSoft. «Fue después de un viaje a Londres cuando nos dimos cuenta de que lo que se rentalizaban eran, o los superjuegos, que representaban un año de trabajo y una elaboración en equipo, o los juegos tipo "bullet", complicados pero con unos gráficos sencillos que hacías en dos días.» Durante un tiempo se dedica a realizar precisamente estos juegos «bullet» comercializados a través de Dro para España e Inglaterra y de ahí pasa a dirigir el equipo técnico de la compañía. Es entonces cuando crea «El Cid», un trabajo en tres dimensiones con el que Manolo trata de medir su capacidad, «saber si puedes hacer lo mismo que los demás o si puedes hacer más, entonces, una vez que lo has hecho, deja de tener interés». Hasta ese momento Manolo había sido exclusivamente un programador de juegos, «en un juego está absolutamente todo, nunca he hecho programas no lúdicos, porque me parecían trozos de programas de videojuegos», pero la idea de hacer algo distinto, cosas más complicadas, le llevó hacia una actividad distinta, el tratamiento de gráficos. Sin embargo, a Manolo nunca le ha convencido la idea de trabajar para terceros, «todo el esfuerzo que desarrollas en un programa solamente lo agradeces tú y el cliente final, no una empresa intermedia», así que se embarca junto con Bernabé, su socio, en la programación de bancos de pruebas para motores a reacción, es decir, EMICSA. Esta parece ser la última, pero sólo por ahora, porque quién sabe si le veremos en las próximas elecciones generales representando a un sindicato de programadores independientes que reivindique sus derechos laborales, un sindicato que termine con ese «todos contra todos» que es el mundo de la programación.
Amstrad Sinclair Ocio #02 (1989)
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